
El Jardín quiere ser una plataforma de educación social y popular.
Una plataforma en un doble sentido. Primero, etimológicamente “plataforma” procede de la palabra griega platys (llano, ancho) y se vincula a la raíz indoeuropea plat (expandir, esparcir), de donde obtenemos también la palabra “planta”. Así que podríamos llamarlo también una pla(n)taforma (como muestra nuestro logotipo) 😉 Ya en serio, es precioso indagar en el origen de las palabras porque descubres que de plat también se deriva “platicar”. Un hermoso verbo para “hablar” especialmente por su significado de conversación sencilla, elemental, una charla, en definitiva. Y ese es un propósito fundamental de El Jardín: abrir conversaciones, llanas y amplias para expandir, esparcir, cuestiones que consideremos elementales para aliviar las angustias que nos atraviesan. Es en este sentido en el que queremos sostener y promover iniciativas educativas que socialicen y popularicen el conocimiento que generamos colectivamente. En un segundo sentido, denominarnos una plataforma es un ejercicio consciente para reapropiarnos de este término, que está asociado a las empresas tecnológicas como el modelo de negocio para extraer beneficio económico en forma de datos generados a partir de cualquier actividad humana.

El Jardín pretende funcionar como una plataforma tecnológica que genere un modelo sostenible y autónomo de educación social y popular, con formaciones tanto online como presenciales. Por lo que otro propósito de El Jardín es promover que las tecnologías digitales, conscientes de sus implicaciones sociales y políticas, se pongan al servicio de la recuperación e invención de formas de educación que se sitúan fuera de las instituciones legitimadas (escuelas, institutos, universidades). En este proceso, las tecnologías digitales libres son herramientas para construir espacios donde experimentar juntas y compartir lo que sabemos, y también lo que no sabemos.
Un par de “perlas” del filósofo y crítico cultural Mark Fisher sintetizan los fundamentos de El Jardín. En la entrada en la que explica la razón de ser de su blog K-Punk afirma: “Lo que falta es la voluntad, la convicción de que lo que puede ocurrir en un formato que no tiene autorización/legitimación puede ser tan importante -más importante- que lo que llega a través de los canales oficiales”. K-Punk fue un experimento de Fisher para reconectar con la gente después de su experiencia traumática como académico. El Jardín también pretende ser un puente entre lo que ocurre en la Academia, la institución con más autoridad para legitimar el conocimiento y establecer los canales oficiales de su difusión, y lo que ocurre en la sociedad, para crear formas/instituciones autónomas en las que generar y distribuir conocimiento por y entre la gente. En este sentido, asumimos la frase que Mark Fisher utilizaba para referirse a la tarea que realizaba en K-Punk: “Intelectual sin ser académico, popular sin ser populista”.
¿Por qué El Jardín?
El nombre de El Jardín es un homenaje a la escuela del mismo nombre fundada por el filósofo Epicuro en la Atenas de finales del siglo IV a.C. Epicuro adquirió un pequeño terreno en las afueras de la ciudad griega, cerca de la escuela fundada por Platón, la Academia, de donde toma su nombre la institución universitaria moderna. La Academia platónica se fundó como un lugar de estudio centrado en disciplinas como las matemáticas, la astronomía, la medicina y la retórica, razón por la que en su entrada figuraba la inscripción “Aquí no entra nadie que no sepa geometría”, e interesada en la formación de líderes políticos, al modo del “rey-filósofo”, preparados para gobernar a la sociedad.
Epicuro, en cambio, fundó el Jardín como un desafío a la filosofía y la enseñanza dominante de la época. En la entrada del Jardín epicúreo se leía “¡Extranjero, aquí estarás bien: el placer es el fin supremo!”, y estaba permitida la entrada a mujeres, esclavos, niños y ancianos que acudían a conversar (platicar) con Epicuro y sus discípulos. Esto ya era revolucionario en sí mismo, puesto que en aquel momento ese tipo de espacios estaban reservados a los ciudadanos de Atenas , es decir, hombres atenienses con un determinado nivel de capital económico. Además, las formas y sentidos de las enseñanzas del Jardín también suponían una revolución pedagógica. Los encuentros en este lugar se orientaban a descubrir, desde las raíces de la experiencia individual de cada participante, en qué consiste la felicidad y de qué manera alcanzarla. Este enfoque tiene una explicación en el momento histórico que vivió Epicuro en Atenas, marcado por una inestabilidad económica permanente y continuas guerras internas y externas. En una época (como la actual) en la que la organización de la sociedad se descompone, se impone la necesidad de alcanzar un estado interior de serenidad, intensificar las relaciones sociales y reorganizarnos colectivamente para componer una sociedad libre e igualitaria.

El Jardín de Epicuro, fundado desde este planteamiento, era en realidad una casa con un huerto, donde se plantaban alimentos que luego se repartían entre todas las personas que acudían en busca de un lugar alejado del caos urbano ateniense y de la oportunidad de debatir sobre las cuestiones que les perturbaban. Siguiendo la estela de Epicuro, este Jardín está inspirado por una idea similar: ser un espacio sostenible al que poder acudir para alejarse por un rato del ruido ensordecedor que satura nuestros cuerpos y mentes para nutrirnos conjuntamente. Queremos que este Jardín sea, como el de Epicuro, un espacio para la alegre moderación, en el que prime el placer de encontrarnos. Recordando que Epicuro significa “amigo” o “camarada”, un lugar en el que cultivar la amistad y el conocimiento.
Ahora que hemos aclarado cuál es la “semilla” de nuestro Jardín, es interesante indagar en el propio significado de esta palabra. Etimológicamente, “jardín” procede de la raíz indoeuropea gher, literalmente “cercado”, y de donde proviene también la palabra “huerto”. José Antonio Marina reflexiona sobre el jardín como concepto. Dice este filósofo que el jardín es “naturaleza dentro de la naturaleza, pero distinta de ella” y que “lo mismo le sucede al ser humano”, “es una ‘peculiar naturaleza’ que se aleja de la naturaleza”. En este sentido, el jardín es una humanización de la naturaleza, una “teoría de la realidad” según la cual “la felicidad y la sabiduría está en seguir la naturaleza pero sin dejarse dominar por ella”. Podríamos añadir, en sentido inverso, que tampoco está en que dominemos nosotros a la naturaleza, puestos a trazar una división entre naturaleza y la humanidad. Y es que el jardín ha producido fascinación en los seres humanos desde el comienzo de los tiempos. Sirva como ejemplo el bíblico Jardín del Eden, el paraíso por antonomasia, al menos en la cultura occidental.
También en la cultura oriental el jardín es objeto de atracción. Según Marina, en China la palabra “jardín” significa “añoranza de montañas y aguas”, y ya en el siglo II d.C. era sinónimo de “espíritu de vida” y “sabiduría”. Otro ejemplo es el jardín zen en la filosofía japonesa del mismo nombre. De nuevo con Marina: “El secreto de la fascinación ejercida por el jardín reside en que es naturaleza y no es naturaleza. Para cultivarlo es preciso atender a su energía propia, dejarse llevar por ella, pero conduciéndolo hacia metas humanas para convertirla en morada”. Por eso el jardín es una fuente de metáforas, que aquí retomamos.
Por estos motivos el concepto de jardín expresa tan bien lo que queremos que sea esta plataforma. Queremos conocimientos teóricos, pero también prácticos, sin los que los primeros tendrían sentido. La jardinería no es botánica, el estudio teórico de las plantas, es un saber práctico: consiste en mancharse las manos de tierra. Por eso, el Jardín quiere ser un espacio abierto a personas que se desenvuelven en distintos oficios y saberes; tanto a quienes trabajan con la cabeza como a quienes ponen el cuerpo en su trabajo. Solo de este encuentro, con todos los matices que requiere esta distinción gruesa, surgirán reflexiones y acciones enfocadas a formarnos para afrontar los problemas del presente, diseñando y construyendo un futuro colectivo y justo.
¿Para qué El Jardín?
El mundo en el que (sobre)vivimos es un lugar hostil y confuso. Las certezas que nos han sostenido durante los últimos siglos se están desmoronando. Con la Ilustración, creímos que la razón nos guiaría a un progreso continuo que liberaría al ser humano. Sin embargo, la razón ha sido sometida a los intereses mercantiles y financieros, encadenada y puesta al servicio del lucro de unos pocos a costa de la mayoría. Son tiempos oscuros. La razón no ilumina el camino y nuestras emociones nos ciegan. Hemos delegado nuestra inteligencia en las máquinas que nosotros mismos hemos creado, generando una brecha entre lo que nuestra voluntad política puede (en tanto que seres humanos que compartimos un espacio común), y los algoritmos financieros que deciden la gestión de los recursos colectivos que hacen posible nuestra vida.
El Jardín pretende ser una pequeña contribución para hacer más habitable nuestra realidad. Para ello, proponemos, tomando el concepto sugerido por Marina, una “poesía del conocimiento”. “Poesía” no (al menos no únicamente) como el ejercicio artístico escrito, si no en su significado original del griego clásico poiesis (“creación”, “producción”). Queremos que El Jardín sea un espacio para crear/producir los conocimientos que nos permitan habitar la realidad. Y si esto supone partir de un pensamiento mítico en lugar de racional, aceptamos el reto. Son las emociones las que nos gobiernan en la actualidad y es desde ahí donde hemos de partir si queremos recuperar la razón para el servicio de la humanidad. Esto es, un renacimiento de las Humanidades, en un momento en el que se encuentran al borde del colapso por la marginación que sufren en el ámbito científico-académico y el peso creciente en el subconsciente social de corrientes como el transhumanismo.

Para sustentar y desarrollar esta tarea, desde El Jardín proponemos tres ramas: sentir, pensar y hacer. Es importante que sean tres y que estén relacionadas porque solo así es posible salir de las dicotomías tradicionales que únicamente constriñen el potencial de cualquier iniciativa. La inclusión de un tercer polo rompe los bucles en los que nos vemos encerrados y permite un equilibrio virtuoso que abre nuevas posibilidades. Estas tres ramas están vinculadas a las tres grandes disciplinas de la filosofía en la Grecia clásica: lógica, física y ética. En particular, beben del desarrollo realizado en las mismas por Epicuro, quien introdujo una modificación formal en una de ellas, además de revolucionar por completo los contenidos en todas ellas.
Empezamos por el sentir, que se relaciona con la física. La física se encarga del estudio de la naturaleza. Para Epicuro, el mundo está compuesto de átomos y vacío, nada más. Esta propuesta fundamenta toda la concepción moderna de la ciencia y permitió descargar al ser humano del miedo a los dioses y a la muerte. Aquí, en lugar de referirnos al ámbito científico del mismo nombre, para acercarnos a la física proponemos el fomento de los ejercicios artísticos. El arte, ligado intrínsecamente a las Humanidades, es la vía de expresión de lo que percibimos a nuestro alrededor y elaboramos de manera racional. Como decíamos, en una época como la nuestra, es fundamental comenzar por aquí, para vehicular las emociones a través del arte, y así poder expresarlas constructivamente.
Para desarrollar esa poesía del conocimiento es elemental reconciliar al arte con la ciencia, en lugar de entenderlas como ámbitos completamente separados e, incluso, enfrentados. De ahí llegamos al pensar, que se relaciona con la canónica. Como decíamos, para Epicuro la sensación es la base de todo conocimiento y es lo que nos ayuda a distinguir entre lo verdadero y lo falso, por lo que es nuestra guía para orientarnos. No se trata de que la razón no sea útil ni necesaria, que lo es, pero es preciso reconocer que tiene sus debilidades y límites (como también los sentidos) por lo que es necesario combinar ambos para comprender y explicar la realidad. Es desde este punto que queremos promover actividades científicas, mediante un paradigma que evite partir y contemplar únicamente la razón como vía de acceso al conocimiento. También que considere lo que los sentidos y las sensaciones nos dictan, de ahí la necesidad de vincular la ciencia y el arte.
Según Epicuro, los sentidos son los que nos proporcionan los dos afectos principales: el dolor y el placer. Ambos son también una guía, en este caso para comportarnos con los demás y actuar en el mundo. Esto nos lleva al hacer, vinculado a la ética. Para Epicuro, el conocimiento (y la ciencia, por extensión) en sí mismo no tiene valor, si no es para conducir al ser humano al placer y, en consecuencia, a la felicidad. Como rezaba la entrada del jardín epicúreo, el placer es el fin supremo, y desde ese enfoque queremos abordar también la política, en el sentido de los asuntos comunes que nos conciernen como sociedad. Queremos crear/producir conocimientos que, apoyados en el sentir-artístico-físico y el pensar-científico-canónico, contribuyan a la recomposición de la sociedad con un hacer-político-ético radicalmente democrático.
Queremos descubrir conjuntamente bellezas, verdades y justicias colectivas que contribuyan a calmar las ansiedades del presente en pos de un futuro colectivo.