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Necesitaremos tecnología para racionar, planificar, supervisar y, en general, organizar nuestra transición a sociedades postopulentas y ecológicamente viables. Una tecnología –o, más exactamente, unos usos sociales de la tecnología– que hoy ni siquiera somos capaces de imaginar. Para ello tenemos que refundar la cultura libre desde presupuestos al mismo tiempo más modestos y más ambiciosos. Más modestos porque la tecnología digital no es una fuerza exógena que va a cambiar nuestras sociedades de arriba abajo, como soñó el ciberfetichismo. Más ambiciosos, porque el futuro de la cultura libre está ligado a su capacidad para participar en un movimiento histórico de transformación política emancipadora y postcrecentista. Y sin duda en ese camino compartido saldrán a la luz posibilidades tecnopolíticas que hoy ni siquiera alcanzamos a vislumbrar.